De párpados moribundos,
levemente entreabiertos, la casa deja ver una pequeña porción de su interior en
ángulo, cual si fuera una indiscreta caricia de última vez.
No hay luces prendidas, no
se escuchan voces ni ruidos comunes de gente viviendo. Tampoco se perciben
olores y eso es alarmante, da pensar en un soplo bestial que borró todo
vestigio humano. Da nota y señales inequívocas de abandono, de habitaciones
desiertas, como si el tiempo de la vida dejó de palpitar allí, o pasó de largo
por este sitio una vez real.
Adivino, en otros lugares,
plazas llenas de caminantes, niños alegres y una banda tocando. Viejos apreciando
lo mejor de las propias historias que van dejando con la nostalgia de mirar
atrás en el brillo de sus ojos de no saber hasta cuando.
No pronuncio palabras, las
dejo en mí, para no darle hojas al viento.
El pincel que ha dibujado
los antiguos rostros está inactivo, nada queda en su memoria de colores ocres,
sus personajes quedaron más allá de la puerta sin cancel. Algo tiene que estar
vivo, pienso, quiero buscar huellas en las copas, en los cubiertos de cocina de
la antigua vitrina, en los respaldos de las sillas y en la pintura resquebrajada
de las paredes.
El lavatorio y los servicios
del baño no fueron ajenos, sino parte vital de las personas que soñaron bajo un
mismo techo y entre las paredes hoy desoladas. Las cañerías, intestinos que
dieron tránsito a las aguas servidas y los deshechos inservibles, nada es raro,
irrespetuoso ni sucio, solamente humano.
Siento un “plin” cayendo
espaciado pero ahora insistente. El agua todavía fluía, constaté, de una canilla
de bronce, musgosa y raída en la cocina.
Con unos cuantos arreglos
aquí podría acomodarse una familia, imaginé. Hay personas penando por vivienda,
siempre hubo y las habrá, las paridades en el mundo no existen, o siguen
ocultándolas injustamente. Los de bienes raíces no piensan igual, eso es
seguro, llevan una piedra en el costado izquierdo del pecho, y eso no es vivir
pero, ellos tienen donde caerse muertos.
Sigo y ya no detengo mi
rumbo, esta noche lo se, no dormiré tranquilo, necesito un trago, o una
entrada al templo del barrio para robustecer mi rebeldía, aunque nada que ver
con la valentía sagrada de este Cristo que me mira. Allí por donde ande, allí
por donde piense, y más vale tarde que nunca, allí por donde su eterna paciencia conmigo, me diga, ¡oye, se terminó tu reloj, ya es hora que vueles!
Foto y texto de José López Romero
3 comentarios:
Insisto en regresar a este lugar que tuviera tan buenos encuentros, dejo un escrito si se quiere triste, tal vez porque no hay demasiadas cosas en el mundo para globalizar el amor, salvo los sentimientos personales que permanecen. Es una botella en un charco, el mar es demasiado grandilocuente como para alcanzarlo con tan simples recursos.
Ojala sirva para arrimarnos nuevamente, estiro mi mano..
no entinedo bien este sistema eres tu Inés?
Hola, José, aquí está la mía.
No dejes de escribir, hablamos de lo mismo, exponemos pareceres que desnudan nuestras almas.
Cuidate mucho.
Gracias.
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