28 agosto 2008

TRES HISTORIAS CON UN FINAL EN COMUN



Nací entre montañas y casi no conocía el mar pero, ahora en primavera, caminaba por la arena.


En un autocar de montaña con asientos muy estrechos, a mi lado, se sienta una mujer cargada con un montón de bolsas, paquetes, cajas, cesta con gato justo sobre mi cabeza. Enseguida intuí el peligro. Tres horas de viaje con el riesgo de que todo ese tinglado me cayese encima; la miré con todo el odio y el miedo de que era capaz


En mi país todavía se va a los lavaderos públicos y yo me había ido al de siempre, al que hay cerca de mi casa con mi colada. Había muchas mujeres y el espacio era pequeño, pero nos conocíamos todas, y estábamos charlando alegremente cuando llegó un viejo.



El mar es precioso y parece que habla, que ríe, que conversa contigo. Hubiera querido ser un pintor para inmortalizar aquel encanto.

El odio y el miedo son hermanos gemelos. Ella inmediatamente se dio cuenta de mi reacción y se vengó de la manera más sencilla y directa. Volvió a colocar sus bártulos de forma que ocupasen más espacio todavía, como si quisiera sofocarme.

El viejo tenía que lavar su sábana, una camisa y su turbante, pero era casi ciego y nos pedía que le hiciésemos un poco de sitio

En la arena un cristal, "no puede estar aquí" me digo. Alguien sin verlo podría hacerse un corte en un pie y su pie es el mío, su herida, la mía. Recojo el cristal, hay otros, los recojo todos.

Parecía que los paquetes, allí moviéndolos continuamente, se hacían cada vez más grandes, enormes, sofocantes. Me acordé de una frase "Ve a Cristo en cada prójimo" y ¿Quién mas prójimo que ella? Sin pensarlo dos veces le sonreí con mi sonrisa más sincera y afable.

Dame tu ropa, te la lavo yo; y todas mis compañeras se echaron a reír "¿Con todo lo que tienes, te pones la lavar la ropa del viejo?

Reuno los cristales, luego veo una cáscara de coco flotando en el agua, la recojo. Luego una rama, después otros objetos. Entonces comprendí que en la playa no estaba solo. Si en mi casa veo un papel en el suelo lo recojo y ¿por qué no recoger cristales y ramas en la playa? También esta es mi casa. Esta tarde quien pase por aquí sentirá la armonía y nunca sabrá porqué, sólo el mar le podrá decir: "Alguien aquí te ha amado también a ti"

Ella se quedó de piedra y empezó a retirar sus bártulos todo lo que pudo, dejándome cada vez más sitio, como si quisiera encoger toda su mercancía, gato incluido. En resumidas cuentas todo acabó en amistad y hasta me invitó a pasar las vacaciones en su casa con toda su familia.

No hice caso de las ironías de mis compañeras. Renové al viejo la propuesta de lavarle la ropa, estaba feliz. Me bendijo, y a toda costa quiso dejarme un trozo de jabón que guardaba celosamente. Ahora ya nadie se reía de mi; mi ejemplo y el del viejo se habían hecho contagiosos. Una pasaba su barreño, la otra pasaba el cántaro del agua a la que estaba más lejos.




La coperta del mondo (GV)

5 comentarios:

Caselo dijo...

Tres historias en apariencia distintas pero unidas con el lazo del amor. Una playa, un autocar y un lavadero y seres humanos que ocupan un lugar. Muchas gracias por la sabiduría de tu reflexión.

Carlos Eduardo

mj dijo...

Como tu dices a través de tu imágen:
La verdadera felicidad cuesta.
Un abrazo y preciosas historias
JM

AlmA :) dijo...

Paso a saludarte con un poquito de prisa... pero tornaré

un beso

Pedro Estudillo dijo...

Estas historias no tienen porqué ser ficción, cosas así podrían ocurrir a diario, en cualquier parte del planeta. Pero no todas terminan igual, desgraciadamente. Yo también creo que la mejor lección se da con el ejemplo.
Me encantó leerte.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Qué fácil y a la vez que gratificante cuando olvidamos nuestro orgullo y comodidad para ayudar a otras personas , lo bien que nos sentimos y la cadena de felicidad que generamos.
Que vuelva la solidaridad y se vaya el indivualismo.

Saludos agradecidos.

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