El estadio presentaba un marco imponente de colorido en las tribunas. Durante la semana no se habló otra cosa. El partido definía el título del campeonato, además se enfrentaban los rivales tradicionales de la capital.
Aquel domingo, desde muy temprano, los hinchas inundaron las calles aledañas. Un fuerte dispositivo de seguridad trataba de prevenir desmanes con ocasión del trascendental encuentro. Prohibir el consumo de licor a doscientos metros del escenario deportivo, separar a los fanáticos de los equipos e implementar una requisa minuciosa a la entrada de las graderías, fueron algunas de las medidas que se tomaron para preservar el ambiente de carnaval.
Ya en la cancha, sin embargo, se vivía algo completamente diferente. En contraste con la euforia del público los jugadores mostraban una apatía desconcertante. Parecía más bien uno de esos picaditos amistosos y no- ¡definitivamente no!- la final del torneo de fútbol profesional. Pases laterales, ausencia de jugadas de riesgo y lentitud, generaron las protestas airadas de los asistentes:
“¡LADRONES DEVUELVAN LA PLATA!”, “PÓNGANLE HUEVOS A ESA VAINA”.
De repente esos mismos espectadores (que entre gritos y silbidos expresaban su inconformidad) empezaron a invadir el terreno de juego. Asustados, los protagonistas veían cómo los aficionados destrozaban las mallas de protección y bajaban con sus rostros desencajados hacia el centro del campo.
-“CORRAMOS QUE ESTOS NOS VAN A LINCHAR”, dijeron varios jugadores y huyeron a los camerinos, seguidos por el árbitro, jueces de línea, recoge bolas, fotógrafos de diferentes medios y uno que otro policía... Mientras tanto, a través de los altavoces del estadio, se llamaba insistentemente a la calma pues tan sólo se trató de un fuerte- pero pasajero- movimiento telúrico.
1 comentario:
Cuánto te he extrañado amigo mío, me alegro mucho de verte de nuevo en marcha y creo que feliz...
Mil abrazos
mj
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