Palabras, palabras y sólo palabras. No se me ocurre otra cosa que pueda aliviar en algo el dolor de este mundo, o que pueda hacer ver todo el amor que surge en el mismo planeta a cada segundo.
Será que no soy poeta, o será que ni tan siquiera un poeta es capaz de hacerlo.
No sé.
Construimos nuestro mundo particular en base a un conjunto de palabras que nos son familiares; pero este lenguaje es artificial, fue creado por el propio hombre, por tanto, es imperfecto e incompleto, y se encuentra en constante evolución.
Y sin embargo nos apegamos a las palabras como el bebé a la teta de la madre.
Si no tiene un nombre, una etiqueta, no existe. ¿Quién se atrevería a describir con palabras algo tan familiar como el olor de una rosa, el tronar de un relámpago o el sabor de la canela? Tan sólo se podría hacer usando comparaciones más o menos acertadas, y eso es porque aún no se han inventado las palabras que describan tales cosas, con lo sencillo que sería.
Podría leer toda una enciclopedia sobre los árboles, pero la mejor manera de conocerlos siempre será acercándome a ellos, tocándolos, oliéndolos, sintiendo su presencia, admirando su poderío.
¿Qué es un árbol? Una planta. ¿Y qué es una planta? Un ser vivo. Bueno, ¿y qué es un ser vivo?.... Así podríamos seguir hasta quedarnos sin repuestas, o mejor dicho, hasta agotar las palabras.
Pero un árbol siempre será un árbol, al igual que una rosa siempre olerá a rosa, por más rebuscadas metáforas que queramos aplicarle.
Porque la presencia siempre será antes que las palabras y los conceptos. Porque el ser humano no es esto o lo otro, el ser humano simplemente es. Y todas las etiquetas que queramos colgarnos sólo son cuentos chinos.
Porque el mundo ya existía tal cual es antes de ser catalogado y etiquetado por los hombres, sólo que entonces nos era desconocido... al igual que ahora. Nuestros recuerdos comienzan con el uso de la palabra... y ahí terminan también.
Siempre me he preguntado cómo percibirá el mundo un sordomudo de nacimiento. Quizás sean los únicos portadores de un secreto inapreciable que el resto de mortales perdimos en lo más profundo de nuestras mentes.
Puede que la palabra hablada y escrita sea uno de los prodigios más extraordinarios y revolucionarios que llevó al ser humano a encumbrarse como rey de la creación, pero algo me dice que aún le queda mucho por evolucionar. Una herramienta tan poderosa no debería poder ser utilizada para engañar, tergiversar, manipular, herir o humillar. Y mientras esto ocurra, yo seguiré haciendo de abogado del diablo, a pesar de todas las virtudes que se le puedan atribuir.
Cuando siento que las palabras no bastan o, simplemente son inservibles, busco refugio en mi silencio. A veces funciona... otras veces, no.
Y como penitencia por la soberbia mostrada en el uso del lenguaje imperfecto, sólo se me ocurre dejar este pésimo poema que ya publiqué en mi blog hace algún tiempo y que nos habla de ese otro lenguaje más sutil que nos rodea y al que apenas prestamos atención, pasando desapercibido como el insistente murmullo del alma:Todos nos hablan... sólo que nadie escucha.
Nos hablan los niños cuando lloran en la cama.
Nos habla el viejo cuando calla en su butaca.
Nos hablan los árboles cuando los azotan los vientos.
Y también lo hacen cuando se yerguen en la calma.
Nos hablan las olas, encrespadas y salvajes,
que nos traen historias de corsarios inmortales.
Nos hablan los ríos, aunque corran a raudales,
y nos dicen a gritos que detenerse es la muerte.
Nos habla la torre, desde su altura encumbrada,
sabedora de su presto final en ruinas inertes.
Nos hablan los presos, tras rejas oxidadas,
¡este mundo no funciona, a ver cuando te enteras!
Nos hablan ambas caras de un muro fronterizo,
que suspiran a gritos por conocerse.
Nos hablan los listos, los necios y los notables,
pero mejor que a esos, escucha a las rameras.
Nos habla la tierra, agraviada por nuestras manos,
¡no me olvides insensato, qué sólo eres un ser humano!
Nos hablan las madres, con sus tristes miradas,
el pasado ya no vuelve, ¡ay si yo pudiera!
Nos hablan los pájaros, mientras nos observan,
y piensan callados en lo poco que nos queda.
Nos habla la luna, desde la distancia,
casi no nos distingue, sabe que no somos nada.
Nos hablan las estrellas, aún más lejanas,
ojalá pudieran compartir su misterio.
Nos habla el sol, majestuoso y sincero,
no lo mires a la cara, sólo siente su aliento.
Nos habla el alma, desde su tumba silente,
sueña que no es tarde, y nos dice que aún se puede.
Te hablo yo, con mi amargo poema,
pero no me hagas caso que la locura se pega.
Te hablan los libros, con su silencio patente.
Todos te hablan... sólo que tú no te enteras.
Será que no soy poeta, o será que ni tan siquiera un poeta es capaz de hacerlo.
No sé.
Construimos nuestro mundo particular en base a un conjunto de palabras que nos son familiares; pero este lenguaje es artificial, fue creado por el propio hombre, por tanto, es imperfecto e incompleto, y se encuentra en constante evolución.
Y sin embargo nos apegamos a las palabras como el bebé a la teta de la madre.
Si no tiene un nombre, una etiqueta, no existe. ¿Quién se atrevería a describir con palabras algo tan familiar como el olor de una rosa, el tronar de un relámpago o el sabor de la canela? Tan sólo se podría hacer usando comparaciones más o menos acertadas, y eso es porque aún no se han inventado las palabras que describan tales cosas, con lo sencillo que sería.
Podría leer toda una enciclopedia sobre los árboles, pero la mejor manera de conocerlos siempre será acercándome a ellos, tocándolos, oliéndolos, sintiendo su presencia, admirando su poderío.
¿Qué es un árbol? Una planta. ¿Y qué es una planta? Un ser vivo. Bueno, ¿y qué es un ser vivo?.... Así podríamos seguir hasta quedarnos sin repuestas, o mejor dicho, hasta agotar las palabras.
Pero un árbol siempre será un árbol, al igual que una rosa siempre olerá a rosa, por más rebuscadas metáforas que queramos aplicarle.
Porque la presencia siempre será antes que las palabras y los conceptos. Porque el ser humano no es esto o lo otro, el ser humano simplemente es. Y todas las etiquetas que queramos colgarnos sólo son cuentos chinos.
Porque el mundo ya existía tal cual es antes de ser catalogado y etiquetado por los hombres, sólo que entonces nos era desconocido... al igual que ahora. Nuestros recuerdos comienzan con el uso de la palabra... y ahí terminan también.
Siempre me he preguntado cómo percibirá el mundo un sordomudo de nacimiento. Quizás sean los únicos portadores de un secreto inapreciable que el resto de mortales perdimos en lo más profundo de nuestras mentes.
Puede que la palabra hablada y escrita sea uno de los prodigios más extraordinarios y revolucionarios que llevó al ser humano a encumbrarse como rey de la creación, pero algo me dice que aún le queda mucho por evolucionar. Una herramienta tan poderosa no debería poder ser utilizada para engañar, tergiversar, manipular, herir o humillar. Y mientras esto ocurra, yo seguiré haciendo de abogado del diablo, a pesar de todas las virtudes que se le puedan atribuir.
Cuando siento que las palabras no bastan o, simplemente son inservibles, busco refugio en mi silencio. A veces funciona... otras veces, no.
Y como penitencia por la soberbia mostrada en el uso del lenguaje imperfecto, sólo se me ocurre dejar este pésimo poema que ya publiqué en mi blog hace algún tiempo y que nos habla de ese otro lenguaje más sutil que nos rodea y al que apenas prestamos atención, pasando desapercibido como el insistente murmullo del alma:Todos nos hablan... sólo que nadie escucha.
Nos hablan los niños cuando lloran en la cama.
Nos habla el viejo cuando calla en su butaca.
Nos hablan los árboles cuando los azotan los vientos.
Y también lo hacen cuando se yerguen en la calma.
Nos hablan las olas, encrespadas y salvajes,
que nos traen historias de corsarios inmortales.
Nos hablan los ríos, aunque corran a raudales,
y nos dicen a gritos que detenerse es la muerte.
Nos habla la torre, desde su altura encumbrada,
sabedora de su presto final en ruinas inertes.
Nos hablan los presos, tras rejas oxidadas,
¡este mundo no funciona, a ver cuando te enteras!
Nos hablan ambas caras de un muro fronterizo,
que suspiran a gritos por conocerse.
Nos hablan los listos, los necios y los notables,
pero mejor que a esos, escucha a las rameras.
Nos habla la tierra, agraviada por nuestras manos,
¡no me olvides insensato, qué sólo eres un ser humano!
Nos hablan las madres, con sus tristes miradas,
el pasado ya no vuelve, ¡ay si yo pudiera!
Nos hablan los pájaros, mientras nos observan,
y piensan callados en lo poco que nos queda.
Nos habla la luna, desde la distancia,
casi no nos distingue, sabe que no somos nada.
Nos hablan las estrellas, aún más lejanas,
ojalá pudieran compartir su misterio.
Nos habla el sol, majestuoso y sincero,
no lo mires a la cara, sólo siente su aliento.
Nos habla el alma, desde su tumba silente,
sueña que no es tarde, y nos dice que aún se puede.
Te hablo yo, con mi amargo poema,
pero no me hagas caso que la locura se pega.
Te hablan los libros, con su silencio patente.
Todos te hablan... sólo que tú no te enteras.
Yo no soy nada; sólo soy.
¿Y tú, eres?
¿Y tú, eres?
13 comentarios:
Y qué mejor manera que emplear la palabras así, tal cual tu lo haces??
Encanta de leerte... Muy central, muy real.
Besos Pedro...
Esas palabras son las que nos mueven y guían, felicidades por el post, un abrazo.
Hermoso mensaje, palabra escrita de lo que sentimos sin sentirlo..
saludos fraternos
un gusto compartir tus post..
un abrazo inmenso con cariño
que tengas un buen fin de semana
Las palabras pueden serenar la mente inquietada: brindan guía e iluminación;ayudan a compartir ideas y conocimiento;animan y vivifican.También pueden causar desconcierto y diferencia.Pueden herir el amor propio,degradar y desestabilizar al ser interno.Las palabras habladas en forma consciente pueden crear,un dolor de cabeza o algo hermoso.Para uno o para los otros.Yo no soy nada solo soy¿??Muy Buena entrada,te felicito.Besitos.Silvi.
Abrazados a las palabras caemos en la onda noche de la nada efectiva. La palabra encorseta, encierra, nos etiqueta lo intiquetable y llena de conceptos todo aquello que no se puede agarrar con el concepto.
Pero amigo mío, yo siempre digo, "qué haremos sin la palabra" Quizás lo mejor sea quitarle la voz o desnudarla para no morir...
Un abrazo
mj
El puente hacia el otro, la palabra, el idioma, que en cada mundo puede significar tantas cosas. Ni siquiera a veces tenemos el mismo silencio. Felicitaciones. Felicitaciones ttambién porque este blog, además de crecer bellamente, es un puente de palabras. Un abrazo.Mercedes Sáenz
Todo el universo nos habla sin tener que emplear palabras, pero éstas a veces tienen el poder necesario para que el mundo
no sea más caos de lo que ya es en realidad.
Antes las palabras que la fuerza.
Yo también; sólo soy.
Te aplaudo estas letras. Son preciosas en su contenido. Bravo!!!!!!!
En tanto sabes usar las palabras que hemos inventado para expresarte como lo haces, para ser voz de todas las cosas que nos rodean, no caerán en el papel-teclado en vano.
Un abrazo
A.
Es cierto que hay cosas que no se pueden expresar con palabras,y que hay palabras que no deberian de existir. De todos modos las palabras bien expresadas hacen que podamos dialogar, aunque tambien hay que saber escucharlas. Un beso
"Hay cosas que están más allá del poder de las palabras".
R.TAGORE
Están más allá de las palabras, pero a veces, son nuestra único apero basto y rudo para nombrar las cosas. Cuando el silencio hiere, una palabra y un abrazo puede elevarnos a las estrellas. Me quedo con tu palabra y contigo, que ahora mismo son todo mi universo.
Besos
"Una herramienta tan poderosa no debería poder ser utilizada para engañar, tergiversar, manipular, herir o humillar". Resumo mi pensamiento en este párrafo tuyo donde esa herramienta "presuntamente" desvalorizada (la palabra) pierde su razón de ser. Lástima que aquellos que conocemos como los malos de la película tienen acceso a ella y en la mayoría de los casos logran una resonancia mayor que quienes estamos del otro lado. MI afecto amigo Pedro.
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