el acomodador

Desperté con un correo ardiente y la mañana fue un candil de radiante luz. A cuarenta y un años de su vuelo allí anda las calles entero contra toda infamia y desamparo, me dije, “y yo sigo aquí cantando cual si no pasara nada”. Estas palabras de Pablo fueron mías antes de la moda de sus canciones revolucionarias, cuando nadie hablaba de nueva trova y sus estrofas se entonaban de puertas adentro pero a corazón abierto. Era yo un aprendiz de dictador por esos días en que una encomillada “libertad universal” unida a los cipayos traidores de un pueblo dormido, para ser explícito, ejecutó a un prisionero herido y sin resistencia por temor a su leyenda, y allí nació la pasión inmortal de Ernesto Guevara.
Se, que los ladrillos que apilé para vivir se transformarán en otra cosa, como la piel de aquél y la tuya serán pasto de la tierra, igual que la mía. Mi mejor taza se convertirá en cacharro y el vestido de una reina alimentará la panza de los insectos que a su vez eclosionarán en sucesivas generaciones de bichos. La trama escrita sobre los héroes de barro irá al agujero de la indiferencia, del olvido o lo que supongas con derecho. Cantarán otras lenguas por una esperanza que podría ser parecida a la que aún tenemos, pero no la misma, solo los dioses inventados se reciclan. La espesura del nuevo aire corresponderá al triste espasmo de las profecías, a la fabricación de los villanos, a todo lo que dejamos inconcluso en cuanta vida. Pero igual quiero creer, convencerme que semejante concierto de vanidades, holocaustos y cada una de sus contrapartidas, han sido fieles a un propósito fuera de toda razón. El margen de la idiotez está dentro de mis errores y cancelo por impropiedad lo que de allí haya salido. Veo el final de una película obtusa, de cuyo argumento entendí muy poco, podría decir que nada. Solo ando los pasillos del cine, soy el acomodador, el que barre la sala, limpia los baños y saca los recipientes de la basura. No soy el que guarda la llave. (José López Romero)